Evangelios Apócrifos: Las lágrimas del Maestro


Le Klerk murió* en los brazos de un impotente Maestro Orlok, incapaz de salvarlo o sanarlo. Nuevamente, una aflicción avasalladora se apoderó de él y recordó, acongojado, que sus manos no estaban hechas más que para destruir.

Mirando a los ojos de su agonizante discípulo, Orlok le confesó que en esta historia había aprendido más el maestro del alumno que el alumno del maestro. Le Klerk guiñó los ojos, negó con la cabeza e intentó esbozar unas palabras, pero le resultó imposible a causa de las hemorragias internas que le dejó el combate con el Corsario William Clifford Smith. Escupió un poco de sangre y le transmitió un pensamiento a Orlok.

Súbitamente, Orlok abrió los ojos hasta que sus párpados estuvieron a punto de estallar y por primera vez en su vida, brotaron lágrimas.


Gotas de sangre regaron el árido suelo. Orlok comprendió entonces que siendo sus ideas y enseñanzas tan inspiradoras y movilizadoras para muchos, él debía responsabilizarse por las desgracias que derivasen de ellas.

En ese instante, el glorioso Duncan Le Klerk dio su último suspiro.


(*) Muchos historiadores, incluyendo al Hermano Renfield, sostienen que no queda claro si Le Klerk murió realmente o si este episodio representa meramente un recurso literario (o, incluso, una excusa tramada para asegurar el arribo del orlokianismo a norteamérica). La sospecha surge a raíz de la incompatibilidad entre la fecha del aparente deceso del caudillo y sus encuentros con Oscar Wilde. Renfield, quien jura haber participado de las famosas Partüzen y ni siquiera es capaz explicar esta incompatibilidad, le otorga el carácter de Misterio Superlativo.

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