Visión del Maestro dentro de la alfombra
Si los elefantes caminan, pisan las flores. Si pisan las flores, las flores se compactan contra el piso, liberando jugos y aromas que estimulan el paso de los elefantes, quienes, extasiados, no pueden dejar de caminar… Y así sucesivamente.
Orlok observaba detenidamente este proceso cíclico y progresivo, parecido a una espiral; pero tenía serios temores sobre su eventual finalización, ya que algún día, si los elefantes seguían marchando, las flores se extinguirían y los elefantes detendrían su paso. Entonces Orlok se puso a calcular la tasa de crecimiento de las flores y la velocidad de la marcha de los elefantes, para determinar si este fenómeno espiralar corría riesgo o no. Tras meses observando día y noche la marcha de los elefantes sobre las praderas floreadas, llegó a la conclusión de que, tarde o temprano, todo se iría a la mierda.
Frustrado, Orlok entró en una pronunciada depresión que lo llevó a un letargo traumático. Se cubrió con la alfombra de Mbu-Tchek-Walele e intentó dormir. Insomne, aunque incapaz de levantarse, Orlok pasó seis mil años bajo la alfombra, escuchando el paso de los elefantes. Atormentado e impotente, se revolcaba inquietamente por el piso envuelto en el tapiz; hasta que un elefante, sin querer, lo pisó y le quebró varios huesos. Paralizado por el dolor, en shock, babeando y mirando boca arriba, se abstrajo mirando en primer plano la superficie de la alfombra que le cubría el rostro. Aburrido e impotente, comenzó a explorar las costuras y puntos de la misma, viajó por las líneas de hilos, encontró caminos y situaciones insólitas. Vagó tanto por las formas y las texturas que llegó a perderse y a olvidar su problema original. Dejó de oír el paso de los elefantes, dejó de sentir dolor, se reincorporó y descubrió su cabeza.
Allí estaban, tranquilos, los elefantes. Movían sincronizadamente sus cabezas, haciendo pendular sus trompas. No se los notaba mortificados por la extinción de las flores. Habían llegado a otra etapa de su ciclo motriz. Ahora disfrutaban moviendo las cabezas y sintiendo la brisa en sus trompas. Poco a poco, fueron desfasando su movimiento pendular y sumieron a Orlok en una proverbial hipnosis. Se encontró rodeado por elefantes que cantaban en colores. De verde pasaban a fucsia, de fucsia pasaban a azul, de azul pasaban a rosado y de rosado pasaban a amarillo.
A esta altura, Orlok ya no entendía nada. Nuevamente, no podía moverse, pero el motivo era otro, no era la frustración ni el dolor físico, era el trance. Pero en el fondo, nuevamente volvió a preocuparse, ya que en algún momento a los elefantes les comenzaría a doler el cuello y dejarían de mover sus cabezas; o les dolería la garganta y dejarían de cantar. Entonces la ansiedad lo volvió a dominar y de la mano de la ansiedad llegó la necesidad de medir la frecuencia de movimiento de cabezas, la cual fue menguando paulatinamente, haciendo crecer la angustia en Orlok y, en definitiva, sumiéndolo nuevamente en una pronunciada depresión que lo llevó a refugiarse bajo la alfombra. Pasó cubierto muchísimo tiempo, sintiendo cómo el canto de los elefantes se iba callando y se iba transformando en algo terrible, monótono y terrorífico; entonces, para distraerse, se puso a viajar por las costuras y puntos de la alfombra…
Un repentino y desgarrador grito de Orlok estremeció la faz de la tierra. Un elefante lo había pisado. Los elefantes habían vuelto a caminar, porque las flores habían vuelto a crecer.
En ese momento, Orlok se sintió en paz y se fue volando en su alfombra hacia otras tierras.
ahora comprendo el viejo mandamiento, No barrerás bajo la aflombra, porque puede estar Orlok
ResponderEliminarEs que justamente, mi visión surgió a partir de ello, Madame.
ResponderEliminarEs de los mejores textos de toda la doctrina, sin duda.
ResponderEliminarEn este momento, me metería feliz debajo de la alfombra de Mbu-Tchek-Walele